Cuando veíamos por televisión desde Occidente los sucesos de
la Primavera árabe pensamos que una nueva vida les llegaría a esas personas que
habían sufrido décadas de dictadura y opresión. Cómo nos equivocamos. A una ola
de protestas populares coloridas y llenas de vida como la primavera, le
siguieron violentos conflictos intensos como el verano, y luego los sueños de
un futuro fueron desapareciendo como las hojas en los árboles del otoño, para llegar
a un período donde se hace lo imposible para sobrevivir, como el crudo
invierno.
El concepto de “Invierno árabe” fue creado por académicos
para señalar lo que vino después de los sucesos de la Primavera árabe, pero…
¿Qué vino después?
En Egipto, tras el derrocamiento del dictador, se convocaron
elecciones, que le dieron la presidencia a una facción islamista. Con el pasar
de los meses, el nuevo mandatario comenzó a atribuirse poderes que no le
correspondían con el fin de ajustar la constitución a la ley islámica.
Protestas a favor y en contra estallaron, con muertos y heridos incluidos. Todo
parecía haber vuelto al principio: el pueblo se manifestaba en contra de un
gobernante autoritario. Pero la cosa estaba por empeorar. Cuando el resto del
mundo veía el inminente inicio de una nueva guerra civil en Medio Oriente, los
militares derrocaron al mandatario y dieron la investidura al presidente de la
Corte Suprema de Justicia para que llame a elecciones, en las que curiosamente
triunfó el general que lideró el golpe con más del 90% de los votos. Para
ensombrecer más aún el panorama, grupos adeptos al Estado Islámico y a Al-Qaeda
comenzaron a operar en el oeste del país.
En Túnez, luego de que el pueblo obligue al dictador a
renunciar, y haga lo mismo con el gobierno provisional que vino después, cuyo
objetivo era básicamente continuar con el régimen con un liderazgo distinto, se
invistió a un nuevo presidente democráticamente. Éste, increíblemente, terminó
su mandato, y la magistratura pasó a otra persona sin golpes de por medio.
Cuando estábamos por descorchar el champagne, recibimos noticias aterradoras.
Túnez comenzaba a ser blanco de atentados del Estado Islámico. Para este
pequeño país uno de los pilares de la Economía es el turismo. El dinero que
dejan los extranjeros al bañarse en sus playas, visitar las ruinas de Cartago o
pasear por la capital es un ingreso importante para el Estado. El miedo que
provocaron los atentados perpetuados causó que las empresas de cruceros del
Mediterráneo que antes tenían a Túnez incluido en su recorrido, lo reemplacen
por otros destinos más seguros. Occidente, en vez de ayudar, nuevamente
abandona a su suerte a las naciones más débiles, con plena conciencia de sus
actos. Con la disminución del turismo, va a entrar menos dinero al país, lo que
va a golpear de lleno con la calidad de vida de sus habitantes. Si la pobreza y
la exclusión se multiplican, se creará un semillero donde los grupos como el
Estado Islámico van a reclutar combatientes, entrando en un círculo vicioso de
muerte y destrucción.
Como lo dice su nombre, la Primavera Árabe surgió en los
países cuya población pertenecía al grupo étnico de los árabes. Pero muchos de
estos Estados eran cercanos a otros que, aunque musulmanes, no eran habitados
por árabes. Un ejemplo de ellos es la República de Malí.
Malí es una ex colonia francesa cuyas fronteras, al igual
que el resto de los países del continente, fueron trazadas a ojo por los
europeos, sin tener en cuenta diferencias culturales ni de ninguna índole. El
90% de la población es musulmana, pero su población no es igual de homogénea si
hablamos de las etnias que la componen. El país está lleno de minorías, entre
ellas la de los tuareg. Los tuareg son un pueblo nómade que habita el norte
desértico de Malí, conocidos por vestirse de azul y luchar contra Jean Claude
Van Damme en la película “Legionario”. Oponiéndose constantemente a la dominación
colonial francesa, éstos esperaron que, al retirarse los europeos, se les
permitiese formar un Estado nacional junto con otros grupos de la región. Luego
que Malí se volviese un país independiente y el sueño independentista no se
concretase, estos protagonizaron sucesivos alzamientos en busca de autonomía.
Después del desmadre que significó la muerte de Gaddafi en Libia (tema del que
hablamos en el artículo sobre los refugiados), una gran cantidad de
armamento comenzó a circular por la región, llegando a manos de los tuareg, que
proclamaron su propio Estado independiente. Como pasó en Siria, a los grupos
que luchaban por la liberación política se sumaron otros que querían imponer un
Estado islámico, y éstos terminaron desplazando a los independentistas tuareg e
imponiendo la ley islámica en las tierras controladas. Además, en el medio del
conflicto, el gobierno maliense fue derrocado por militares. ¿Y el resto del
mundo qué hacía a todo esto? Los países vecinos en primer lugar amenazaron a
los golpistas con un bloqueo económico, lo que los forzó a llamar elecciones.
Una vez que Malí estuvo nuevamente gobernada por un presidente “democrático” (¿qué
tan democráticas son unas elecciones donde medio país no vota porque o quiere
separase o está luchando o murió?), éstos intervinieron junto con Francia y
reconquistaron todas las tierras a los fundamentalistas, que continúan haciendo
ataques esporádicos, al igual que los tuareg.
Y así muchos otros países que cometieron el pecado mortal de
compartir una frontera con algunas de estas naciones, como Líbano y Argelia, se
ven afectados por el terrorismo, el temor a convertirse en una base de
operaciones del Estado islámico, los brotes de fundamentalismo, la falta de un
gobierno central fuerte y el aluvión de refugiados. Todo mientras los países
occidentales se tornan cada vez más aislacionistas, con políticos que quieren
restringir la entrada de personas a sus fronteras ya sea con una visa o con un
muro. Y todo esto por la Primavera árabe. Tal vez esto nos ayude a aprender que
no todo cambio, por más risueño y bienintencionado que parezca, no siempre es
para mejor. Que siempre, por mal que estemos, podemos estar peor.