domingo, 24 de abril de 2016

Refugiados: la globalización de la indiferencia. Por Ezequiel Volpe

Ellos son de medio oriente, vienen del lugar más convulsionado del mundo. Llegan provenientes de esas tierras que sangran ante tanto dolor. Hoy, la inestabilidad en la zona genera una crisis humanitaria que el Papa Francisco se atrevió a calificar como la más grande desde la segunda guerra mundial. Hoy, el Egeo y el Mediterráneo dejaron de ser simples mares para convertirse en cementerios acuáticos. El mundo llora, mientras la clase dirigente emula a Poncio Pilatos lavándose las manos todos los días. El tiempo pasa, los meses se escurren. Ellos esperan.

Año 2016, las imágenes están a la vista y son más que elocuentes. Miles de refugiados esperan en las fronteras con el sueño de acceder a un país que les cierra las puertas de par en par. Ellos dejaron aquel lugar cruel y se agolpan, agotados pero aún prestos, con el sueño de alcanzar una vida mejor para ellos y fundamentalmente para sus familias. Los gobiernos europeos, mostrando una actitud que ya adquiere ribetes de crueldad, ven como cada vez más seres humanos pasan miserias mientras la preocupación pasa por no contrariar los intereses del sistema financiero, que de ninguna manera sacará la vista de esos fríos números que aparecen en pantallas que cambian a cada minuto.
Los movimientos populares no son ajenos a esto, y se lo han hecho saber a los eruditos que permanecen en las instalaciones del Banco Central Europeo de Frankfurt, Alemania. Sin ambages, ellos se disponen a pintar en un mural de 120 metros a Aylan Kurdi, ese bebé sirio que apareció sin vida en las costas de Turquía, transformándose en un símbolo de la miseria de la clase dirigencial que es gran responsable de esta masacre.

Pero este drama no es únicamente propio del último par de años, sino que viene de hace mucho y tiene una trama mucho más complicada de lo que cualquiera puede imaginar.
Los factores que derivan en tanta muerte son muchos, y tienen como protagonistas a las grandes potencias mundiales y sus perennes intereses. Estados Unidos y Rusia, otrora protagonistas de la guerra fría, jugaron un papel preponderante en los hechos que se describirán a continuación. Sus intereses en medio oriente sirvieron de preludio a la inestabilidad actual que le facilita el trabajo a los nefastos grupos terroristas que actúan en la zona, como el Estado Islámico (que es sin dudas el más conocido).

Pero el Estado Islámico no nace solo, sino que aparece como consecuencia de la política internacional de Estados Unidos durante los años del mundo bipolar. El ISIS (Islamic State of Irak and Syria) aparece como un desprendimiento del famoso grupo Al Qaeda. Esta organización terrorista surge como un elemento del Tío Sam para combatir a la Unión Soviética al momento en que el régimen comunista invade Afganistán. Y sin dudas, a priori le salió bien al país de las 50 estrellas esta jugada, pero a largo plazo, generó un monstruo que iba a ser muy nocivo para la humanidad.

La financiación estadounidense a Al Qaeda fue mencionada por la actual candidata presidencial demócrata Hillary Clinton en una entrevista que le realizaron hace algunos años, al momento en que se dispuso a explicarle a la comunicadora sobre la situación de los grupos extremistas en cercano oriente.

Pero una vez “liberado” Afganistán de los soviéticos, Estados Unidos no cesó en su actitud de árbitro del mundo, y permaneció con fuertes intereses en la zona. Esto último quedó en claro durante nuestros tiempos, ya que asistimos a permanentes intromisiones norteamericanas en una zona ya de por sí conflictiva.

En este pasaje, realizaremos un viaje en el tiempo para situarnos en el año 2010, comienzo de la Primavera Árabe. Es en ese contexto que la OTAN toma la resolución de atacar Libia, país presidido por el extravagante dictador totalitario Muamar Khadafi.

Cuando hablamos de Khadafi, nos referimos a un gobernante que llevaba  42 años en el poder al momento en que fue asesinado un 20 de octubre de 2011, en manos de rebeldes sostenidos fundamentalmente por la alianza internacional encabezada por Estados Unidos.
Si bien la muerte de Khadafi significó la caída de un gobierno caracterizado por la violación permanente de los derechos humanos, también abrió el juego a una inestabilidad que se mantiene hasta el día de la fecha. Hoy en día, la ciudad donde el dictador residía se encuentra con una fuerte presencia del Estado Islámico, que intenta aprovechar la caótica situación en el lugar de la misma manera en que aprovechó los graves conflictos en Siria, donde Barack Obama y Vladimir Putin se disputan el control del país, hoy en manos del también dictador Bassar Al Assad.

El anteriormente mencionado Barack Hussein Obama fue quien declaró hace poco días a la prensa que su peor error al mando del Ejecutivo fue no pensar en “el día después” de la intervención de la OTAN en Libia. Sin embargo, no pareciera el máximo mandatario de los EE.UU. tener una postura distinta ante los graves sucesos que están aconteciendo en una Siria destruida y ultra-dividida.
En cuanto a la nación que tiene a Damasco como su capital, podemos decir que tiene como mandamás a otro gobernante apuntado como violador serial de los derechos humanos. De hecho, el gobierno sirio ha sido acusado recientemente de utilizar gases químicos contra poblaciones civiles, además de haber llevado a cabo matanzas a diestra y siniestra.

Pero más allá de los crueles actos llevados a cabo por Bassar Al Assad, Siria se encuentra inmersa en una coyuntura mucho más compleja que está signada por las disputas de Estados Unidos y Rusia. El país gobernado por Putin, de hecho, tiene una base naval en la nación árabe, conocida como “la Base de Tartul”, la cual se ubica dentro de los territorios aún controlados por el gobierno de la secta alauita, a la cual pertenece el dictador Al Assad.

De esto último se desprende la evidente alianza entre Moscú y Damasco, la cual permanece como fuerte contrapeso a los intereses de la OTAN en la región. De los susodichos intereses del imperialismo surge la aparición de grupos opositores (habitualmente conocidos como “la oposición moderada”, siendo diferenciada de la “oposición islámica”) financiados por Estados Unidos y sus aliados, que tienen como objetivo menoscabar el poder del aliado ruso Al Assad.
En este contexto es que se expande el poderío del Estado Islámico en el país árabe gobernado por los alauitas, donde controlan vastos territorios, los cuales tienen capital en Al Raqqa.

Pero Siria y Libia no son los únicos países donde hay presencia territorial del Estado Islámico, sino que la situación es muy similar en Irak. Allí, el ISIS controla también vastos terrenos y tiene a Mosul como su capital en tierras iraquíes.

El contexto que permite la prevalencia del fundamentalismo islámico en Irak es la caída del gobierno de Saddam Hussein, el dictador Baaz que invadió Kuwait en sus ansias de poder y terminó sus días ahorcado tras un juicio llevado a cabo por las autoridades provisionales de su país, todo lo cual con la anuencia de Estados Unidos.
Esta reducida enumeración de hechos sirve como prefacio para entender un poco mejor la situación actual por la que pasan miles de refugiados que buscan escapar de las zonas de guerra para alcanzar la indiferente Europa.

Las personas refugiadas, contrariamente al pensamiento inicial, no son únicamente cristianas o yazidíes, sino que también hay musulmanes entre ellas. Estos son principalmente chiítas, pero también podremos encontrar dentro de las personas perseguidas a muchos sunnitas, que pertenecen a la misma rama del islam que el ISIS.

El hecho de que el Estado Islámico se proclame como el principal enemigo de occidente –aun cuando el propio occidente es su creador, como demostramos anteriormente- ha generado recientemente una ola islamofóbica en Estados Unidos y Europa, la cual es capitalizada por sectores de la derecha recalcitrante –valga la ironía- para mostrarse como una opción nacionalista ante la supuesta amenaza árabe.

Estos sectores que tienen como abanderados a Donald Trump en Estados Unidos y a Marine Le Pen en Francia son grandes responsables de la indiferencia de muchísimos ciudadanos europeos ante la crisis humanitaria que les golpea las puertas. Es así entonces como los refugiados sufren doblemente por culpa del extremismo islámico: primero, por la persecución en sus lugares de origen, y luego, por el sentimiento anti-islámico generado por el accionar de ISIS, que incluye dos atentados resonantes en París, como lo fueron Charlie Hebdo y la serie de ataques que tuvo como insignia lo sucedido en el teatro Le Bataclan.

Así las cosas, la situación es más que alarmante y la gente que añora con ingresar a Europa no parece tener mayores esperanzas, más aún luego del vergonzoso pacto firmado por la Unión Europea y Turquía, según el cual la primera le “endosa” al país del presidente Erdogan –sospechado por financiar al ISIS- a los refugiados que intentan ingresar a los países occidentales. Luego, Turquía se encarga de devolver a los refugiados a medio oriente, asegurándoles todos los padecimientos que les sirvieron de motivación para abandonar sus propias tierras.

En esta coyuntura, las cosas se tornan dramáticas y cada lágrima se transforma en sangre. Hay chicos que sufren y no pueden ni deben esperar más. Pero los dirigentes mundiales parecen inmunes a ese dolor: no lo sienten, no les llega, no les duele. Evidentemente no les genera nada ver a un nene con su muñeco de felpa esperando por una vida digna en su absoluta inocencia.

Esos fríos dirigentes son el dolor y la malicia. Esos tristes dirigentes son la globalización de la indiferencia. 


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